El artículo original se publicó en la Revista Estrategas.
Las empresas están sujetas a la volatilidad de una infinidad de variables, cuyos precios cotizan en mercados financieros; el tipo de cambio es por lejos el más recordado entre los ejecutivos de empresas grandes, medianas y pequeñas. No podemos dejar de mencionar, sin embargo, que también la tasa de interés, los commodities agrícolas, la energía, los metales, entre otros suelen ser parte integral de la ecuación de precio-beneficio de las empresas, las instituciones sin fines de lucro, y los gobiernos. La volatilidad de estas variables puede aumentar o disminuir significativamente la rentabilidad de las organizaciones, y en casos extremos, las puede llevar a serios problemas financieros, o incluso, a la quiebra. La ingeniería financiera ha generado herramientas (llamadas “instrumentos derivados”, o simplemente “derivados”) que permiten descargar el impacto de dichas volatilidades en los mercados, aprovechando su liquidez y las diferencias de expectativas y de objetivos de los agentes económicos.
Los derivados tradicionales son el forward, el futuro, el swap, y las opciones, que se dividen en opción de compra, llamada Call y opción de venta, llamada Put. Los mercados de derivados en el mundo son muy grandes, y permiten absorber una gran cantidad de volatilidad no deseada por las empresas o instituciones en general. Su uso, sin embargo, está circunscripto a unos pocos especialistas, generalmente aglomerados en unos pocos sectores. Esto, lamentablemente, deja a una gran cantidad de empresas sin una adecuada cobertura de riesgo que les podría ser muy necesaria. Salvando las distancias, sería como si en la economía no existieran las compañías de seguros que hoy nos permiten descargar algunos riesgos indeseados. La razón por la que los instrumentos derivados se usan mucho menos de lo que se debería, es porque son muy complejos de comprender. Si bien la lógica detrás de un futuro o una opción no es demasiado difícil, cuando intentamos bajar a un mayor nivel de detalle su análisis se complica bastante. Esta dificultad genera que el tema se deje de intentar aprender, y por ende se deje de usar, salvo en un pequeño grupo de especialistas que hablan un idioma que el normal de la gente no logra entender. El problema es que el costo de esta barrera es muy caro para las organizaciones que terminan asumiendo riesgos innecesarios, que podrían descargar en el mercado si lo hicieran de manera adecuada.
Normalmente las estrategias de cobertura de riesgos mediante el uso de los instrumentos derivados, son propuestas por la gerencia y aprobadas por el directorio. Es común que haya gerentes que comprendan los instrumentos y puedan proponer estrategias de cobertura, pero el problema suele ser que el directorio, por lo general, no logra comprenderlas, ni siquiera aquellas más sencillas. Esto ocurre porque quienes comprenden estos instrumentos suelen ser súper especialistas, que no suelen estar sentados en las sillas de los directorios, salvo en los casos de empresas muy puntuales en las que las operaciones con derivados forman parte de sus competencias “core”. Como consecuencia de ello se verifican dos tipos de problemas. El primero, y más frecuente, es el mencionado en el inicio de esta nota; las empresas asumen riesgos innecesarios, riesgos que no deberían asumir, y que les agregan volatilidad e incertidumbre innecesaria a sus ingresos, costos, y resultados. El segundo efecto indeseado, es el opuesto; directorios que aprueban estrategias de cobertura mal diseñadas y mal ejecutadas, que llevan a sus empresas a tener serios problemas económicos y financieros; en algunos casos, las han llevado directamente a la quiebra. Generalmente, se trata de estrategias que, de haber habido alguien con conocimiento de la mecánica de los derivados, no hubieran sido aprobadas, pero como nadie sabe del tema, y, nadie quiere admitir desconocimiento, se terminan aprobando bajo el argumento de que seguramente el que nos lo propuso (en algunos casos un gerente de la empresa, en otros un tercero, por ejemplo, un banco o un broker) sabe bien lo que hace y debe ser algo bueno. Estas son las situaciones en las que aparecen los grandes escándalos de enormes pérdidas usando instrumentos derivados. Solo por citar algunas de ellas tenemos las de Procter & Gamble, Sadía, Aracruz, el condado de Orange, Citic Pacific y varias más que perdieron fortunas en apuestas equivocadas en los mercados de derivados. El problema con estas estructuras, es que las empresas, pensando en mitigar riesgos, estaban asumiendo riesgos enormes, y normalmente sus directorios no tenían consciencia de ello, por no comprender lo que estaban haciendo. A raíz de este tipo de eventos, Warren Buffet, llamó a los derivados “Armas de Destrucción Masiva” sugiriendo que deberían estar prohibidos. Yo creo que la estrategia debería ser exactamente la opuesta, deberíamos educar a la gente para que comprenda como usarlas y ayudarlos a que lo haga correctamente. Por otro lado, debería haber una mayor responsabilidad en quienes proponen estas estructuras a sus clientes. Muchas de estas estrategias son tremendamente riesgosas, y dichos riesgos no suelen estar bien comunicados por quienes las diseñan, y menos, comprendidas por los usuarios. Tanto los bancos como los brokers deberían ser mucho más conscientes a la hora de proponer estructuras a sus clientes.
A riesgo de hacer una analogía un poco forzada, permítanme decir que hacer cualquier cirugía es muy complejo y riesgoso. Es más, si la realiza alguien que no está debidamente capacitado, es tan riesgosa al punto de ser casi una muerte asegurada del paciente. Sin embargo, a nadie se le ocurre prohibirlas, y cirujanos expertos salvan miles de vidas cada día en el mundo. Por supuesto que eso ocurre porque hay una cantidad de cirujanos que son entrenados para tal fin. La solución para el uso de instrumentos derivados es capacitar a los hombres y mujeres de empresa en su comprensión y su uso adecuado. Créanme que es muchísimo más fácil aprender a usar correctamente los instrumentos derivados que aprender a realizar una cirugía. Habitualmente, los cursos de instrumentos derivados se basan en fundamentos técnicos que son indispensables para los usuarios avanzados, y especialmente para inversores sofisticados, pero son innecesarios para poder diseñar estrategias de cobertura adecuadas. Esta complejidad adicional aleja a mucha gente del estudio de la materia, y enmascara que, para hacer coberturas es necesario un conocimiento menos técnico, con menor complejidad matemática, y mucho más relacionado con la estrategia.
Es cuestión de que aparezcan una mayor oferta de cursos que enseñen a hacer coberturas de riesgo adecuadas, y de que la gente vuelva a querer dedicar tiempo a aprender algunos conceptos poco habituales, pero tremendamente importantes para eliminar riesgos indeseados en las organizaciones.