Link al artículo original en la Revista Estrategas
La gestión de riesgo es una de las principales responsabilidades de quienes dirigen las empresas. Hace pocas semanas, miembros del gobierno saliente y directivos de la empresa TBA S.A. sufrieron condenas por el terrible accidente de trenes ocurrido en la estación de Once, en Febrero de 2012. La falta de gestión de los riesgos en la empresa estatal contribuyó al accidente -que se cobró 51 vidas y dejó un saldo de casi 800 heridos- y generó duras condenas para quienes fueron encontrados responsables. En la misma línea, hace pocas semanas, después de que la caída de un árbol matara a dos niños e hiriera a varios turistas, tanto el guardaparques como el coordinador de parques de la zona, fueron detenidos por cargos de homicidio culposo e incumplimiento de los deberes de funcionario público. De manera similar, tras el voraz incendio que destruyó el boliche República de Cromagnon en diciembre de 2004, dejando un saldo de 194 muertos y más de 1200 heridos, tanto los directivos del boliche, como los reguladores (funcionarios del Gobierno de la Ciudad), fueron imputados penalmente, y muchos de ellos fueron condenados a penas de prisión. Podríamos seguir con los ejemplo, pero no es necesario. Lo que muestran estos eventos es el altísimo costo de no hacer una adecuada gestión de los riesgos. Me refiero tanto al costo en vidas humanas y –eventualmente- en daños materiales que se cobraron los accidentes, como a las penas personales que sufrieron los responsables de los mismos.
Es indispensable comprender que las empresas tienen que gestionar sus riesgos. No pueden esperar que la vida les muestre las cartas e intentar reaccionar de la mejor manera posible frente a lo inesperado. Es absolutamente fundamental que las compañías seleccionen aquellos riesgos que van a asumir, aquellos que van a transferir, y preparen a la empresa para vivir con ello. Este proceso exige comenzar con la identificación de los riesgos, sigue con la medición de los mismos, en términos de su probabilidad de ocurrencia e impacto, para luego buscar las diferentes formas de mitigarlos, o de poner a la compañía en condiciones de asumirlos. La mitigación de un riesgo se produce de dos maneras: (i) disminuyendo la probabilidad de ocurrencia del evento de riesgo, y (ii) disminuyendo su impacto. Ambas no son mutualmente excluyentes, es más, las empresas con una gestión de riesgo más sofisticada suelen pensar en términos de mitigación de los riesgos recorriendo ambos caminos simultáneamente.
Usemos el ejemplo del accidente ferroviario de Once para ver como, en caso de haber tenido un modelo de risk management, hubieran podido hacer las cosas de manera diferente. Si la empresa hubiera realizado un proceso de identificación de riesgos, muy probablemente el riesgo de rotura de los frenos del tren al llegar a una estación hubiera aparecido como un riesgo relevante. Tal vez se hubiera convenido que ese era un riesgo de ocurrencia media o medio baja, pero con una potencial consecuencia de una extrema gravedad, y seguramente, dada la potencial severidad de sus consecuencias, se habrían definido herramientas para su mitigación. Esto, como mencionara hace algunos párrafos, se puede lograr tanto disminuyendo probabilidad de ocurrencia como controlando la gravedad del efecto en caso de ocurrir el evento. En esta línea, la empresa podría haber tomado una serie de cursos de acción tendientes al control de ese riesgo. Por ejemplo hubiera podido estipular la realización de controles preventivos periódicos de los frenos de los trenes; esto hubiera disminuido la probabilidad de ocurrencia de un evento como el que vivimos. Por otro lado, y de manera adicional, hubiera podido establecer la obligatoriedad de que todas las formaciones que vayan a entrar en un andén de una estación terminal, deban frenar completamente su andar unos metros antes de llegar, estableciendo un sistema de frenado de emergencia externo en caso de que un tren que esté entrando al anden no haya frenado completamente en el lugar pre-establecido. Este segundo procedimiento apuntaría a que, en caso de que se produzca la rotura de los frenos, poder saberlo antes de que sea tarde y tomar una medida que mitigue el efecto de dicha falla, con un procedimiento estudiado de antemano. Como vemos en este sencillo ejemplo se pueden encontrar maneras de bajar probabilidad de ocurrencia y maneras de mitigar el impacto de un eventual accidente si este fuera a ocurrir.
En el caso de la caída del árbol se podría hacer un análisis similar. Si tras la identificación de los riesgos de un parque nacional o una zona turística, se hubiera identificado el riesgo de caída de los árboles cuando el parque tiene visitantes, Parques Nacionales podría haber actuado en consecuencia. En las recorridas periódicas que seguramente los guardaparques hacen en su zona, se debería haber puesto especial énfasis en el relevamiento de aquellos árboles que se encontraran en mayor peligro de caída. Una vez identificados podrían haber prohibido que la gente se acerque a aquella zona del parque que tenga peligro de caídas de árboles ó, en su defecto, podrían haber provocado la caída voluntaria y controlada de aquellos árboles con posibilidad de una caída inesperada. Y así sucesivamente.
Es incontrastable que parte fundamental de las responsabilidades de los directivos de las empresas modernas se relacionan con su capacidad de identificar los riesgos y de gestionarlos de manera adecuada. Con esto no pretendemos que las empresas no asuman riesgos, eso sería negar la esencia misma de una empresa, a la que podemos definir como “una entidad que genera valor para sus stakeholders a partir de su capacidad para asumir los riesgos adecuados”. Pero debemos, sin embargo, exigir que los directivos de las empresas las lleven por un camino donde los riesgos son conocidos, y que éstas estén equipadas para poder recorrer ese camino, es decir las empresas deben poder hacer frente a los riesgos a los que se someten. Lamentablemente, todavía vemos demasiadas compañías que no asumen conscientemente los riesgos que le tocan, sino que andan por la vida golpeándose contra los riesgos que la realidad decida ponerles enfrente; a veces, lamentablemente, nos toca ver las consecuencias.
