Este artículo, que co-autoramos con mi colega Mariano Turzi, será publicado en el próximo número de la Revista Estrategas.
Durante el pasado mes de julio, la Presidenta de la Cámara de Representantes de los EEUU Nancy Pelosi, realizó un viaje por Asia en el que visitó a todos los aliados de su país (Malasia, Filipinas, Japón, entre otros) programando además, una visita a Taipei, la capital de Taiwán. Esta era la primera visita de un presidente de la Cámara Baja desde la realizada por Newt Gingrich en 1997. El presidente de China, Xi Jinping criticó enérgicamente esta visita advirtiéndole al presidente Biden que “quien juega con fuego se quema”.
China tiene un reclamo histórico y de larga data con respecto a Taiwán. En 1927, comenzó un larguísimo enfrentamiento interno en el que los nacionalistas y los comunistas se enfrentaron durante décadas por el control de China. La guerra civil fue finalmente ganada por estos últimos, y el 1 de octubre de 1949 el bando perdedor se refugió en la isla de Formosa, también conocida como Taiwán, que había vuelto a pertenecer a China después de la derrota japonesa de la segunda guerra mundial. Desde ese entonces Taiwán, también llamada “República Nacional China”, está separada de China, también llamada “República Comunista China”. La separación de ambos países, sin embargo, no es aceptada por China, el Ministerio de Relaciones Exteriores sostiene que “sólo hay una China en el mundo y que Taiwán es parte inseparable de ella”. A lo largo de su historia, Taiwán juega un papel primordial en la disputa geopolítica entre China y el mundo occidental, especialmente los Estados Unidos, lo que la tiene desde siempre en el ojo de la tormenta. De hecho, ya hace tiempo que el gobierno chino hace sentir una creciente presión sobre la isla para limitar su poder e intentar controlarla y, finalmente, anexarla. Esto explica en gran parte la fuerte reacción del gobierno chino cada vez que alguna de las potencias occidentales interactúa políticamente con Taiwán.
La anunciada escala de Pelosi en Taiwán trajo muchísima controversia, tanto en los Estados Unidos, donde incluso las mismas fuerzas de seguridad intentaron desincentivar el viaje, como a nivel internacional donde cosechó críticas y adhesiones. Si quisiéramos simplificar, las posiciones sobre este viaje se pueden resumir entre quienes dicen que Pelosi debía viajar a Taiwán ya que el presidente Biden no puede dejarse marcar la agenda geopolítica por Xi Jinping, y quienes dicen que no hay ninguna necesidad de ir a provocar a China con el peligro de generar un conflicto bélico en un momento en que ya están lidiando con la invasión rusa a Ucrania y los graves riesgos que ésta trae aparejada. Sin contar además, que el mismo Xi Jinping enfrenta un difícil examen doméstico en el congreso del partido donde busca apoyo con miras a una tercera reelección, lo que lo obliga a mostrarse fuerte frente a las presiones geopolíticas de los EEUU, con un potencial riesgo de sobreactuación que puede llevar a problemas graves de seguridad en la región y a nivel mundial.
No podemos evitar notar que la situación en Taiwán en estos días es similar a la situación en Ucrania durante enero y febrero de este año. Tropas en la frontera, ejercicios militares, declaraciones confusas, y ataques de hackers entre otros. Las fuerzas armadas chinas hicieron un virtual bloqueo por mar y por aire, invadieron los espacios marítimo y aéreo de Taiwán, y dispararon misiles por encima de los cielos de la isla. Si bien por el momento no hubo que lamentar bajas ni daños, no podemos garantizar que nadie se vaya a equivocar o a reaccionar frente a estas provocaciones. Después de lo ocurrido en febrero de este año en Ucrania, nadie se puede quedar indiferente frente a esto.
Hay diferencias importantes entre ambas situaciones: desde un punto de vista geopolítico Taiwán es mucho más importante que Ucrania para occidente. La posición de Taiwán en el mundo de la fabricación de semiconductores es similar a la de Arabia Saudita en la OPEP. La Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC) maneja el 53% del mercado mundial de fundición (fábricas contratadas para fabricar chips diseñados en otros países), mientras que otros fabricantes con sede en Taiwán manejan otro 10% de ese mercado. Sin semiconductores hay gran cantidad de productos que no se pueden fabricar o no pueden operar; los chips desempeñan un papel cada vez más importante en los productos, servicios y operaciones mundiales. Están en todas partes y en todas partes son esenciales. El sector más afectado sería el de la automoción, a pesar de que sus aplicaciones representan el destino de alrededor del 10% de la producción mundial de chips, frente al de computadoras personales y teléfonos celulares donde representan el 32%. Sin embargo, casi cualquiera de nuestras actividades diarias, ya sean personales o profesionales, depende de uno para poder funcionar.
En los últimos años, los EE.UU. han tratado de atraer a TSMC a EE.UU. para que aumente la capacidad de producción nacional de chips. En 2021, con el apoyo de la administración Biden, la empresa compró un terreno en Arizona para la instalación de una fundición estadounidense, cuya finalización está prevista para 2024. El Congreso de EE.UU. acaba de aprobar la Ley de Chips y Ciencia, que proporciona 52.000 millones de dólares en subsidios para apoyar la fabricación de semiconductores en EE.UU., fondeo que las empresas sólo podrán recibir si se comprometen a no fabricar semiconductores avanzados para empresas chinas. Como se puede ver es un mercado estratégico para occidente y la geopolítica está fuertemente interrelacionada con el. Esta ley puede ser leída como un compromiso implícito de que los Estados Unidos defenderán a Taiwán en caso de una invasión.
Es probable que, al igual que durante la “Guerra Fría”, el mismo temor a una escalada nuclear mundial debería ser un mitigante para evitar que el conflicto finalmente se materialice, pero lo cierto es que nunca podemos estar completamente seguros. ¿Cuánto tiempo tenemos que esperar para considerar que la amenaza ya deja de ser peligrosa? China se siente amenazado por occidente y más específicamente los EEUU tanto en lo económico, como en lo militar, y al estado actual de situación de las cosas no parecería que ésto vaya a disminuir. Por otro lado, vemos con preocupación que los líderes políticos de los diferentes países son cada vez menos moderados y más antisistema, y eso pone aún mayores dudas respecto de los habituales frenos institucionales que regulan las decisiones de política internacional.
La situación de Taiwán constituye claramente un aporte al nuevo (des)orden mundial, y esa no es una buena noticia. Los inversores financieros deberán acostumbrarse a un mundo más volátil, las cadenas de suministro deberán adecuarse a la creciente incertidumbre y el mundo entero deberá aprender a lidiar con esta nueva forma de globalización y de inestabilidad.
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